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lunes, 24 de marzo de 2014

ALMAS PERDIDAS. Capítulo 3: El Charro Negro (Parte II)







Después de lo que ocurrió con la visión del Charro Negro al final del pasillo las cosas en casa siguieron de manera normal. No hubo otra aparición. Alexa sí me creyó, porque sabía que yo no mentiría con una cosa así. Eddy se burlaba de la aparición, creía que era producto de mi imaginación y mis papás no lo tomaron tan en serio.


Una tarde, fui a ver novelas con mi vecina Deyanira, acostumbrábamos a ver la televisión juntas, ya sea en su casa o en la mía. La mamá de Deya, la señora Yola, estaba preparando la comida, y mientras comíamos me preguntó que era ese cuento de la figura fantasmal que yo había visto.

Yo, aún ignorante, no creía en el fondo que se tratara de un fantasma común y corriente. La verdad la energía negativa que emanaba de ese ser era más fuerte, era un poder maligno.

Doña Yola, se puso seria, y dijo que antes que mi familia llegara habitar la casa, su esposo, el señor Félix, había tenido una experiencia paranormal. Una noche, Don Félix se embriagaba en su patio trasero, un patio que estaba lleno de plantas, de flores, y en el fondo un especie de cuartito con láminas donde acostumbraba a prender leña, ya sea para cocinar o para calentarse en invierno. Esa noche, mientras tomaba una de sus tantas cervezas, se asomó a la casa vecina, vio que el patio era grande, más grande que el suyo. Y lo envidió. En el fondo yacía un árbol gigantesco, ¿cuántos años tendría el árbol? No lo sabía, parecía tan viejo y fuerte a la vez. Pero ese árbol gigante no producía fruto alguno. Era un árbol negro, sin hojas, y muy gigante.


Don Félix dio un trago a su cerveza y cuando se bajó del banquito donde había estado parado para observar el patio vecino. Vio que dentro del árbol salía una figura igual de gigante. Una figura negra, sin rostro, pero los ojos eran como llamas. Don Félix gritó, cayó del banquito. Doña Yola salió corriendo del interior y quiso saber que pasaba. Se llevó en rastras a Don Félix, que estaba inconsciente en el suelo; le habló a sus hijos para que la ayudaran a meter a su padre.


Al siguiente día, Don Félix narró lo que había visto. Nadie dijo nada, hubo silencios. Y esa experiencia había quedado en el pasado. Hasta que yo, ese día, conté con detalles, mi experiencia paranormal, con eso, que yo creía era un Charro Negro.

Mi vecina y amiga Deya me dijo que mejor fuéramos a mi casa a ver la televisión, porque sus papás ya estaban 'chocheando'. Pero eso que dijo Doña Yola, sobre el árbol gigante que estaba en el patio de la casa, me dio mucho que pensar. Recuerdo que desde que llegamos había estado ahí. Que a mi madre no le gustaba, porque tenía un aspecto terrorífico.


Sé que nos mudamos a la casa cuando yo tenía 5 años, Eddy 4, Alexa aún no nacía. Recuerdo también, la noche que mi mamá tuvo los dolores de parto muy fuerte, y una noche se fue con mi papá. Nos dejaron solos a Eddy y a mí, estábamos dormidos, pero yo me desperté porque escuché que cerca de ese árbol gigante alguien gritaba. Pero yo era una niña, y no sabía distinguir la realidad del sueño. Creí que soñaba. Y Eddy y yo solos en la casa. Pensábamos en mamá, en su dolor, y que pronto llegaría nuestra hermanita. No pensamos en nada más.




★ ★ ★






A mis amiguitas de la primaria, mis siete amigas, dejé de verlas. Pues la escuela se había convertido en un caos. Mi hermano no tenía maestra, llevaban varios meses sin maestra porque sin motivo abandonó la escuela. Sólo le dijo a la directora, que ya no volvería a dar clases. No supimos nunca más de la maestra Rebeca. Además, la escuela estaba de luto, pues era reciente, que un maestro había perdido la vida junto con su esposa y dos hijas. Un trailero se había metido con todo y su unidad, a la casa del maestro Leobardo. Como dormían en el primer cuarto. La muerte fue instántanea. Los cuatro murieron.


Las madres de los alumnos constantemente decían que por la escuela corría la mala suerte. Así que sacaban a sus hijos. Mi madre, no tardó mucho en hacer lo mismo. Decidió sacarnos a Eddy y a mí de la escuela. Yo no dije nada, pues la escuela me producía temor. Había algo raro en ella. Como una especie de mala energía o algo así.


Me despedí de mis amiguitas y también de la maestra Lucila. Y a la semana siguiente, yo ya tenía uniforme nuevo, escuela nueva y compañeros nuevos por conocer. Desde el primer día me miraron con curiosidad. Yo no quería hablar ni simpatizar con nadie. Me estaba volviendo una niña antisocial. Introspectiva y tímida. Dos niñas, Virginia y Edna se acercaron a mí para darme la bienvenida, en el recreo me llevaron a conocer la escuela y me regalaron dulces. Agradecí mucho el gesto y pensé que para ser el primer día no había estado tan mal.


Mi vida fue normal en la escuela, era una niña disciplinada, seguía odiando las Matemáticas, pero mi compañerita Mara me ayudaba a entender mejor. Me convertí en los primeros lugares y eso era para mi mamá un orgullo. Todo pasaba normal.



En una ocasión, invité a unas amigas a mi casa, después de hacer la tarea, quería que diéramos un paseo en bicicleta. Enfrente de la casa, había un enorme campo. El campo donde había encontrado a Misifú. A Virginia y a Conchita le encantaban los gatos, querían mucho a Misi. Cuando paseábamos en bicicleta, nos habíamos alejado un poco; pero, desde el campo se veía mi casa. Virginia encontró una cruz blanca, tropezó con ella. Cuando yo pasé con la bicicleta por ese lugar sentí que alguien me jaló hacia atrás. Conchita se calló. Las tres nos vimos a la cara. Yo sabía la historia del porque estaba esa cruz en ese lugar y les conté.



Una tarde del 27 de diciembre de 1987, Julia había salido de su trabajo con algo de prisa. Pues deseaba llegar a la cita que había programado en una estética para arreglar su cabello y darse una manita de gato. Ya que al siguiente día, su novio Marcos iría a su casa a pedirle matrimonio. Ya todo estaba arreglado para la cena. Pero Julia, quiso asistir a su cita con la estilista. Tomó el camión y camino varias cuadras. Estaba nerviosa. La señora Mary la dejó hermosa. La cara de Julia estaba iluminada, no sólo por su nuevo look, sino por el amor que emanaba de sus poros. Te ves hermosa—le dijo Mary—. Gracias a ti—le dijo sonriente Julia. Se despidieron. Y Julia salió presurosa. Vio que ya había oscurecido, caminó apresuradamente. No se veía un alma en la calle. Estaba muy oscuro, hacía bastante frío, -1 grado bajo cero. La mayoría de las personas ya estaban en sus casas. El reloj marcaba las nueve y cuarto. Los tacones de Julia resonaron. Se dio cuenta que la seguían. Tuvo temor, y siguió caminando. Tres hombres la alcanzaron, uno de ellos le tapó la boca. Nadie escuchó nada. La golpearon, la jalaron de los cabellos, y en un lugar, en donde estaban dos torres eléctricas, en el césped frío, le arrancaron la ropa, la violaron. Seis manos la habían matado. La arrastraron toda la avenida, ya muerta, y sin ropa. Y la dejaron en el campo. Ese campo en el que todos alguna vez habíamos jugado. Ahí la tiraron como muñeca rota. Y se fueron riendo. Lo habían disfrutado. A la mañana siguiente, muy temprano, el señor que surtía los refrescos de Pepsi, había visto un 'maniquí'. El surtidor le dijo a Doña Petra, la mujer más chismosa de la colonia, que había visto algo que parecía un maniquí. Era un cuerpo de mujer, blanco, blanco, no sabía si del frío que hacía, un cuerpo desnudo, con una ondulante y larga cabellera marrón. Toda la colonia se despertó con el rumor. Era una escena de horror. Por la avenida se veía la ropa esparcida, un tacón por acá y otro tacón por allá, la bolsa de mano también estaba en medio de la calle. Y todos temieron. Mi madre se espantó. Le hablaron a la policía y cuestionaron a todos los vecinos. Mi madre les dijo a los policías que ella no había visto nada, que estaba con la bebé y que no había salido en toda la noche, pues mi padre andaba de turno de noche. Todos dijeron que no habían escuchado nada. Un par de horas, Mary, la estilista se enteró y lloró desconsoladamente. Buscaban a los familiares de la mujer muerta y tirada en el campo. La madre de la difunta llegó y cayó en crisis de histeria, pero sí, ella era su hija, la que nunca llegó a la casa. Su cuerpo desnudo yacía en el campo”.


Y esa es la historia, les dije a Vicki y a Conchita. La historia que me contó Doña Petra, Doña Yola y mi madre. Una historia que yo sabía y que me desgarraba el corazón. Muchas veces miraba a través de la ventana de mi cuarto, hacia el campo y sentía escalofrío. Más nunca tuve miedo. Hasta ese día claro.

Regresamos a la casa, mi madre nos dio de comer; platicamos, vimos un rato la televisión y jugamos con Misi. Hasta que era hora de despedir a mis amigas. Yo notaba a Virginia raro, su cara era de miedo. Le pregunté que si le había dado miedo la historia que le había contado. Y comenzó a llorar. Yo no entendía porque Vicki lloraba. Yo sé que la historia puede conmover a cualquiera, pero me pareció exagerada su actitud. Hasta que me dijo que cuando estábamos en el campo, y yo contaba la historia. En la ventana de mi cuarto, estaba parada una mujer, con una cabellera larga y abundante, ondulada y de color marrón. Con piel blanca, blanca como la nieve, pálida y triste nos veía desde mi cuarto.



Vicki seguía llorando y temblando de miedo. Mi mamá quiso tranquilizarla, tuvimos que hablarle a la mamá de ella para que viniera. Virginia había caído en una especie de crisis de histeria. Y el temor se reflejaba en su rostro. No he olvidado esa cara de terros, en los ojos de Vicki habitaba el miedo.


Yo no vi nada, creí que Vicki se había asustado tanto y que se había sugestionado. Pero después de eso, varias amigas me decían ver una mujer pálida asomándose por mi ventana, que es el cuarto que da a la calle y al campo donde Julia fue dejada. No, en ese entonces nunca la vi, pero sentía una presencia femenina y un olor a gardenias. Aroma que Mary le había dicho a mi madre, que Julia usaba.
 
 
 
 
 

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Podría decirse que alguien creyó lo de la aparición, por suerte. Pero resulta ser que es por que la aparición ha sido vista más veces. Lo cual no es precisamente algo positivo.
Lo extraño parece haberse extendido más allá de la casa. Como si hubiera una sucursal del lado oscuro de La Dimensión Desconocida.
No sé como sigue tu historia, pero el fantasma de Julia (Vaya historia) no parece ser una amenaza. No todos los fantasmas lo son. Parece que no pudiera descansar, pero no parece amenazante. Por acá, se habla del fantasma de Felicitas Guerrero, que no sólo es inofensiva, sino tal vez benefica.

Muy bien contada la historia.
Detalle trivial en medio de la historia, ¿tenías una amiga llamada Mara? ¿Como mi Mara Laira?

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Me acabo de acordar vagamente del cuento Nueve perros, de Silvina Ocampo, escritora argentina. Cuento un tanto desparejo, menciona a 8 perros, más uno de un cuadro, que apenas menciona.
A uno, creo que llamado Constantino, le atribuye el espantar fantasmas. En una casa antigua, donde vivía la escritora, se escuchaban voces en un pasillo. Y hasta apareció un sombrero (algo que parece que se da con los fantasmas). El perro destrozó el sombrero y ladró enfurecido al pasillo. No volvieron a repetirse ningun episodio fantasmal. Es un cuento, pero hay sucesos reales.

Leí tu respuesta. Asociando la respuesta con el relato, me da la impresión de que Julia estaba preocupada por vos y tus amigas, con respecto a la otra aparición.

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